LA PLAZA DEL DIAMANTE


AUTORA: MERCÈ RODOREDA
ADAPTACIÓN: CARLES GUILLÉN y JOAN OLLÉ
TRADUCCIÓN: CELINA ALEGRE y PERE ROVIRA
DIRECCIÓN: JOAN OLLÉ
INTÉRPRETE: LOLITA FLORES
DURACIÓN: 1h 15min
PRODUCCIÓN: TEATRO ESPAÑOL
FOTO: SERGIO PARRA
TEATRE GOYA

Tarde de sábado, entrada llena al Teatre Goya y mucha expectación, al menos yo, para ver cómo ha conseguido Joan Ollé calmar el torrente de Lolita Flores y convertirla en esta mujer frágil de principios de los años 30 que se deja guiar por los caprichos de su marido hasta llegar al abismo. Un banco tan frágil como su personaje y una tira de luces de fiesta son los únicos elementos que necesitan las palabras de Rodoreda para lucir. Ah, y una buena actriz con una excelente dicción. 

Lolita se sienta en él, allí permanecerá sentada durante los 75 minutos de representación, sin apenas moverse, la calma invade la escena, que sólo se rompe por el simbolismo de las palabras, por aquello que sin prisa pero sin pausa nos es narrado. Una historia de sobra conocida, aunque en el resto de España la Colometa no lo sea tanto, aquí es como de la familia, forma parte del patrimonio. No nos asusta ni tan solo el mero hecho de que esta vez las palabras sean dichas en castellano. Una cuidada y respetuosa traducción y adaptación, mi más sincera felicitación al Carles Guillén, Joan Ollé, Celina Alegre y Pere Rovira, se nota el castellano, pero la Colometa no cambia.

Con una escenografía tan simple, no hay artificios que puedan salvar la interpretación. Con una intensidad de menos a más (el gran culmen es la guerra, al igual que la novela) Lolita dibuja un personaje frágil pero con el coraje suficiente para ir tirando, mientras a sus espaldas carga con la alegría, la tristeza, la melancolía, la culpa de una vida llena de momentos emotivos para el recuerdo y para el olvido. Y aunque Joan Ollé no se imaginaba a Lolita como Colometa, su dirección ha conseguido que dejemos de ver una leona para ver un atemorizado pajarito. 

Impresionante y fantástica la interpretación de la Lolita Flores. Pero al ser una interpretación y puesta en escena tan íntima, yo desde la fila once, seguramente me he perdido algún gesto, quizás el Teatre Goya sea demasiado grande para un espectáculo que requiere proximidad para distinguir la cara y sus gestos. A pesar de ello, durante los 75 minutos me he quedado obnubilada presenciando el espectáculo, y no ha sido fácil con una platea llena de toses, móviles y demás ruidos que hacían que concentrarse fuera un ejercicio de titanes. Al final sonoros aplausos, casi toda la platea de pie y con lágrimas en los ojos despedimos a una Colometa para el recuerdo. De piel de gallina. Vola, vola, Colometa! Amunt, amunt, Colometa! 

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