La Fura siente 'El amor brujo' de Falla


Fuente: David Calzada (abc.es) | Foto: C. Padrissa
Una grúa, un trapecio de circo, una piscina pequeña de goma, una bicicleta, un saco de rodilleras sin estrenar para proteger las piernas de los bailarines, una docena de antorchas... Esto promete. Estamos en el Ateneu Popular de Nou Barris, en el distrito más flamenco de Barcelona. Sobre el escenario, el cuerpo de baile sigue las indicaciones de Carlus Padrissa, uno de los seis directores de La Fura dels Baus; en una esquina, la cantaora Marina Heredia y el coreógrafo y bailarín Pol Jiménez entonan junto al teclado de Zamira Pesceri, musicóloga y asistente de dirección de Padrissa. Ahora el sonido de los tacones se mezcla con el piano y con el ruido martilleante de las taladradoras. Esto es La Fura, capaz de generar el caos incluso en los ensayos.
Carlus Padrissa, director artístico de este montaje, intenta aparentar que todo está bajo control. «Es mi ópera número 34», apunta mientras con el Mac abierto desnuda su propuesta sin pudor ninguno. «Queríamos alargar la obra a una hora para que El amor brujo: El fuego y la palabra, que es como llamamos a nuestra versión, sea una pieza que pueda funcionar sola. Teníamos el desenlace y faltaba la acción y el nudo», explica.
El resultado apunta hacia una nueva propuesta espectacular de La Fura que rinde homenaje a la primera versión de El amor brujo, al tiempo que hace justicia a María de la O Lejárraga (La Rioja, 1874-Buenos Aires, 1974), autora del libreto e íntima colaboradora de Falla, cuyo nombre quedó siempre escondido bajo el de su marido, Gregorio Martínez Sierra. La identificación de María Lejárraga con Candelas, el personaje principal, que interpreta Marina Heredia, es absoluta desde la primera escena. El otro gran elemento novedoso en la obra, más allá de la grandiosidad, de las acrobacias o del fuego, será la presencia de principio a fin de imágenes sobresalientes sacadas de las películas de José Val del Omar (Granada, 1904-Madrid, 1982). «Es brutal. Era un tipo libre, supermoderno. Cogía a un gitano y lo hacía girar hasta que lo convertía en una escultura delante de su cámara. Decía: ‘‘Quien más da, más tiene. Matemáticas de Dios’’», recuerda Padrissa.

Los ojos tapados

Esta versión extendida de El amor brujo se estrena el viernes 10 de julio en la Plaza de Toros de Granada, cuyas 6.000 localidades se agotaron en 15 días. La propuesta fue concebida en principio para el Palacio de Carlos V de La Alhambra, pero la imposibilidad de incorporar el fuego como elemento escénico y lo limitado del aforo aconsejó su cambio para el que será el evento de clausura del 64º Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Después, se inicia la gira por Peralada, Sevilla, São Paulo, Róterdam, Bolonia…, hasta llegar a los Teatros del Canal de Madrid en mayo de 2016.
Para el director de la compañía catalana, «la gran ventaja es que ya no tenemos que poner a una soprano o una mezzo. Eso estaba muy bien hace 400 años, cuando empezó la ópera, porque no había micros y tenían que impostar la voz. Pero ahora tenemos el flamenco, que es lo máximo. Esto está pensado para una cantante de flamenco, y el arte atávico de la voz de una flamenca le da mil vueltas a una soprano. Los tonos, los cuartos de tono…, eso nadie me lo puede discutir a mí. Es lo más vanguardista. Luigi Nono y después su discípulo Mauricio Sotelo también coinciden en esto».
Según Padrissa, «El amor brujo, la versión de 1915, empieza con la protagonista sola y abandonada, echando las cartas. Desde ahí es fácil imaginarse lo anterior, la vida que podían haber tenido Carmelo y Candelas». Estamos en los preliminares de El amor brujoEl fuego y la palabra, nombre sugerido por los herederos de Manuel de Falla (Cádiz, 1876-Alta Gracia, Argentina, 1946). De las cuatro piezas añadidas, las tres primeras son también composiciones del autor gaditano. La nueva obra se inicia a los compases de Noches en los Jardines de España, reproduciendo el momento en que María Lejárraga intenta convertir en un instante mágico la primera visita de Falla a La Alhambra. Para ello, le guía por el recinto histórico con los ojos tapados. Esa ocasión evocadora que la escritora narra en sus memorias, Gregorio y yo (Pre-Textos), pasa a ser el recorrido acaramelado de Candelas y Carmelo después de su casamiento.

Bajar los pulsos

En la segunda parte, el fragor marital se ha convertido en el sometimiento y encierro de la esposa. «Pasan las turistas y Carmelo es abducido por ellas. Es un hombre abierto a la vida», comenta el director. Suena El sombrero de tres picos y se ven imágenes de Val del Omar, que parecen encargadas para la misma obra, en las que los extranjeros contemplan La Alhambra a través de sus tomavistas. Carmelo, al que da vida el jovencísimo Pol Jiménez (Barcelona, 1996), encierra a Candelas entra las faldas de un descomunal traje de novia mientras se escucha la danza española de La vida breve.
«Esto ya es la España de pandereta, pero siempre me ha parecido muy fuerte, en una música tan española, la dureza de ese zapateado. ¿Eso qué representa? –pregunta Padrissa mientras se golpea la palma de una mano con el puño de la otra–: el maltrato.» «Ese carácter de Candelas, esa iniciativa, es típico de las mujeres maltratadas», sentencia.
Entre escena y escena, los bailarines pasan por la mesa y le pegan pellizcos a una tableta de chocolate con almendras. «A mí esta gente me va a matar, y sólo es el tercer día. ¡Que los flamencos estudiamos acostaos!», se queja con gracia Marina Heredia.
La siguiente escena apunta a gran momento. Si el teatro es tensión y relajación, ahora toca bajar los pulsos. La cantaora, tumbada en el suelo y con el vestido hecho jirones, canta con toda la angustia flamenca: «Ayer te vi pasar con otra del brazo, y sin que lo notaras te seguí los pasos». La estrofa es parte de Amor gitano, un bolero mexicano que popularizó José Feliciano y que el director encontró en YouTube. «Marina estará sola con su guitarrista. Es nuestro homenaje al flamenco y, en especial, al Concurso de Cante Grande de Granada de 1922, que promovieron, entre otros, Falla y Lorca. Era como la Operación Triunfo de la época. Manolo Caracol fue el primer ganador de esa OT», ríe.
El amor brujo, primera versión. 1915. Un rótulo con la misma tipografía que usaba Val del Omar indica que en ese punto de la representación se entra en la obra original. A partir de aquí, tanto la música –que en Granada será interpretada por la Orquesta Joven de Andalucía, bajo la dirección del maestro Hernández Silva– como el texto se han respetado escrupulosamente.

El desbordamiento de la pantalla

Padrissa señala un punto de la partitura en el que se puede leer: «Al levantarse el telón salta el fuego fatuo que recorre la cueva en danza frenética paseándose por el aire, por el suelo, por los muros de la escena, etc…» Padrissa nos señala la grúa con una gran sonrisa y añade: «Nos está diciendo ‘‘¡A ver qué inventas, chaval!’’ Nosotros somos La Fura y estamos en condiciones de hacerlo exactamente como dice el libreto. El actor girando por el aire es una llama. Todo su cuerpo es una llama. Va del suelo hasta los siete metros y medio en un segundo. Gades, que era genial, hacía lo mismo pero no podía saltar tanto».
Como ocurriera con el descomunal vestido de novia que se convierte en celda, la pantalla se transforma en una cueva como por arte de magia. Allí María Lejárraga y Candelas se funden en una misma persona. El hechizo para hacer que vuelva Carmelo es ahora escritura. El fuego y la palabra recorren la cava: «¡Por Satanás! ¡Por Barrabás! Quiero que er hombre que me quería me venga a buscar». Una de las grandes aportaciones de Val del Omar al cine, el desbordamiento de la pantalla, se hace presente en la obra y va ocupando cada vez más espacio.
«Soy er fuego en que te abrasas, soy er viento en que suspiras, soy la mar en que naufragas»: el quejío atronador de Marina Heredia, más propio de un estreno que de un ensayo, interrumpe la conversación. Suenan las campanas que anuncian el nuevo día. Son las últimas estrofas del libreto que acompañará el «Sin Fin» con el que Val del Omar concluía sus películas. «Luego hay un sol que sale por detrás de la plaza. Bueno, un sol…; vamos, un foco de 16.000 vatios», aclara Padrissa. 
Marina Heredia (Granada, 1980) está llevando una de las carreras más sólidas del flamenco actual y no ha tenido fácil abrir un hueco en su apretada agenda para convertirse en furera. «Cuando me llamaron me entusiasmó la idea, pero también me puse a temblar, porque sé lo que es La Fura y lo que significaba el reto de tener que interpretar y bailar, además de cantar. De todos modos, tenía claro que estos son los proyectos que te perfilan como artista», asegura. A pesar de que conoce la partitura, la apuesta le plantea inseguridad: «El amor brujo me lo sé porque lo he hecho quinientos millones de veces, pero siempre con la orquesta detrás y el director a mi lado». Lo que más le preocupa a Marina –más incluso que la cercanía del fuego o que subir en una grúa y elevarse cinco metros de altura– es su mala memoria. «Es mucho texto y son muchos los detalles importantes», reconoce.

De gitanos y brujería

La Fura ha querido rendir homenaje a una de sus ciudades talismán, Granada, con esta propuesta de su hijo adoptivo, Falla, en la que incorporan a dos grandes granadinos como José Val del Omar y Marina Heredia. Será el tercer año consecutivo que la compañía acuda a su cita con este Festival y no será la primera vez que aquí versionen a Falla. De hecho, el éxito de la representación de La Atlántida, en 1996, ha sido determinante en la negociación de esta nueva versión con los herederos del compositor. «A ellos les preocupaba que no se respetase la voluntad del autor y que El amor brujo dejase de ser una obra de gitanos y brujería. Querían impedir que se convirtiese en una obra de cabaret y sexo», añade Padrissa.
María Lejárraga, que definió a su amigo Falla como «ultracatólico e intransigente», evoca en sus memorias la gracia que le hacía escuchar a don Manuel repetir que había decidido componer exclusivamente música religiosa: «¡El autor de La danza del fuego en El amor brujo!», relataba incrédula.
La compañía del hurón es hoy mucho más que el grupo de provocadores que rompía coches y asustaba al público. Contar con seis directores les permite ser ubicuos. Sin ir más lejos, en estas últimas semanas, han estado presentes casi simultáneamente en el Teatro Colón de Buenos Aires, en La Villette de París, en la inauguración de los Juegos Europeos de Bakú y, con dos propuestas más modestas, en Nápoles y en Alcoy. Cuando hace años La Fura empezó a trabajar en este tipo de obras musicales, alguien afirmó: «Ya no se va a poder estar tranquilo ni en la ópera».
Carlus Padrissa rompe una lanza por este género, pero asegura que «el ambiente de la ópera es un coñazo. Así conseguirán matarla». Su medicina pasa por hacer producciones interesantes a precios mucho más asequibles. «Toda la producción de este espectáculo ha costado 200.000 euros» que se repartirán entre las sedes. Para el director, de este modo es posible reunir a seis mil personas con entradas a 15 euros. «Esto ayudará a que nueva gente se enganche a la ópera», sentencia. 
Hace poco más de cien años, antes del estreno de El amor brujo en el Teatro Lara, Manuel de Falla confesaba su miedo a un periodista de La Patria: «Es una obra rara, nueva, desconocemos el efecto que pueda producir en el público». No sabemos la expresión que se le quedaría a este hombre que hasta no hace mucho nos miraba severo desde los billetes de veinte duros si hubiese visto a su Candelas escribir el hechizo volando por los aires o a una bailarina perfumar la escena desde las alturas convertida en botafumeiro humano. Para María Lejárraga, la fórmula era mucho más sencilla: «No sé si el vulgo es necio como decía Lope. De lo que estoy segura es de que todo el público es niño… y un poquito salvaje; ama la novedad y se rinde inevitablemente a la magia y el ritmo. Cuanto más numeroso el grupo, más reproducen el alma infantil».

No hay comentarios:

Publicar un comentario